Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana -una ventana abierta a la altura del hombro- que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.
Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció por la puerta.
–¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas! –gritó–. ¿Me oyes?
Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.