Cuento breve recomendado: «Buena acción», de Roland Topor

El anciano señor Scrouge daba vueltas en la cama. Al ritmo de sus movimientos, las imágenes surgían ante ojos abiertos. Pasaba revista, una tras otra, a todas las personas con las que se había relacionado a lo largo de su existencia, sin haber conseguido nunca hacerse un sólo amigo. Volvía a ver los rostros de las mujeres con las que nunca quiso mantener una relación íntima, por miedo a perder su precioso y pequeño confort. Recordaba al mendigo al que había rehusado un pedazo de pan, al ciego, perdido en el centro de la calzada, al que deliberadamente había fingido no ver. Ahogó un sollozo.

El quimérico Polanski

La cinta, un fracaso en su momento, goza ahora de cierta consideración por algunos incondicionales que la citan como “película de culto”, “obra maestra”, etcétera. (He leído incluso una reseña de quien la considera, y no hay ironía en sus palabras, “la mejor película de todos los tiempos”). Encanto no le falta, pero un excesivo regusto por el esperpento mal entendido, cansino, la convierten en un producto a la larga aburrido y desnortado que va perdiendo sentido conforme sobrepasa el ecuador de su metraje.