Cuento de Ernest Hemingway: Colinas como elefantes blancos
Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El norteamericano y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.
California comparte temas con el resto de mis ficciones. Me refiero, por ejemplo, a las falsas apariencias, la identidad, la dificultad del ser humano para comunicarse, el poder de la palabra, el amor, la culpa, la felicidad y, como ya dije antes, la memoria. También comparte con ellas una voz, me parece a mí, una forma de contar que a los lectores puede resultarles reconocible. Se diferencia de ellas, además de por su absoluta contemporaneidad —la trama central empieza en octubre de 2010 y acaba en abril de 2014—, por la manera en que está construida. Mientras que mis otras novelas hacen uso de la fragmentación y de distintos puntos de vista para generar mosaicos narrativos, en California el narrador casi no se separa del protagonista. Lo sigue muy de cerca, con escasos desvíos, desde la primera página hasta la última.
R.A.
Rubén Abella (Valladolid, 1967), licenciado en Filología inglesa, es autor de varias novelas (La sombra del escapista, 2003. Premio de Narrativa Torrente Ballester; El libro del amor esquivo, 2009. Finalista Nadal; Baruc en el río, 2011) y de un par de libros de microrrelatos (No habría sido igual sin la lluvia, 2007. Premio Vargas Llosa NH, y Los ojos de los peces, Menoscuarto, 2010).
Hoy charlamos con él para que nos dé algunas pistas sobre su última publicación, la novela California, publicada recientemente en Menoscuarto.
Francisco Rodríguez Criado: Mientras leía California no pude evitar pensar en La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. Son obviamente dos novelas muy diferentes, con su propio estilo, pero ambas narran el inesperado ocaso de dos hombres de éxito y en ambas se desencadenan los acontecimientos a partir de un suceso a priori nimio: en la primera ese suceso se produce cuando el rico corredor de Bolsa Sherman McCoy, que ha ido al aeropuerto a recoger a su hija, una vez de regreso a casa se equivoca de carretera y acaba en el Bronx. En California, el suceso nimio que marca el inicio de la decadencia comienza con la aparición de un par de preservativos olvidados en la maleta de César O’Malley, otro hombre de finanzas que tiene todo lo que podría desear: una esposa que le quiere, dos hijos y una carrera profesional brillante. ¿Qué te llevó a escribir una novela sobre este moderno héroe caído en desgracia y en qué medida podría ser una revisión de la hoguera de las vanidades como tema?
Rubén Abella: California y La hoguera de las vanidades son, como bien dices, dos novelas muy distintas, con estilos y metas dispares. También entre sus protagonistas hay claras diferencias. Sherman McCoy —el personaje de Wolfe— es un multimillonario petulante y adúltero —de hecho, creo recordar que quien lo acompaña en el coche en el arranque de la novela no es su hija, sino su amante— mientras que César O’Malley —mi personaje— lleva una vida irreprochable. Pero es cierto que ambas historias comparten la idea de fondo, para mí central, de que el ser humano, por mucho que se empeñe en creer lo contrario, tiene escaso control sobre las cosas que le ocurren en la vida, independientemente de su riqueza, inteligencia o estatus social. En ese sentido, el de la insignificancia de nuestras ambiciones, ambos libros pueden considerarse versiones literarias de la lapidaria frase del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo vanidad”.
Fotos: Stanley Kubrick. Life and Love on the New York City Subway. Pasajeros leyendo en el metro de Nueva York. 1946 – See more at: http://www.sandiegored.com/noticias/44611/Realmente-nos-ha-cambiado-la-vida-los-smarthphones/#sthash.EzAFVDwW.dpuf
Rubén Abella responde a la pregunta que da título a este post: «Lo dicen pero creo que está más de moda entre los editores que entre los lectores». Y tiene razón. Pero que los editores apuesten por este género ya es algo importante…
Porque probablemente la característica más específica del género del microrrelato sea precisamente esta -como hemos indicado unas líneas más arriba- la seña de identidad, asimismo, más distintiva del siglo XX: el mestizaje entre los géneros, las artes, las disciplinas. Y así el microrrelato, que coquetea con el relato propiamente dicho, pero también con el poema, la prosa poética, el aforismo, la greguería, la máxima, el haiku, el artículo periodístico
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