
Arriesgar la vida por causas peregrinas conduce a truncar gratuitamente las de los amigos y familiares. Pensaba en estos últimos más que en el finado –a quien ya nada ni nadie podrá librar de su estulticia– cuando leía en la prensa noticias sobre el balconing. Esta modalidad de salto al vacío parece en decadencia: será porque no está al alcance de cualquiera disponer de un balcón que cuelgue sobre una piscina.
Pero a rey muerto, rey puesto. La nueva moda consiste en poner en peligro la vida para hacerse un selfie, voz inglesa que deberíamos adoptar sin castellanizar para distinguirla de autorretrato, disciplina fotográfica que mantiene su solera y dignidad.