La luz de un nuevo día le ha despertado. Tras unos minutos de perezosa indecisión, se levanta de la cama. Camina hacia el cuarto de baño. Se lava la cara, las manos, los dientes. Se mira en el espejo. No le gusta lo que ve.
Historias de Señor Mario: ¡No se ha roto nadie!
Quizá por deformación profesional, me fijo mucho en el lenguaje de mis hijos. De igual manera que ellos, como niños que son, aprenden nuestra lengua imitando a los adultos, nosotros, los adultos, podemos aprender bastantes cosas de ellos aprovechando que aún son ingenuos y sinceros y dicen lo que piensan, sin medir las consecuencias. De los niños en general, y de mis hijos en particular, me asombra la riqueza de matices en su, por así llamarlo, “discurso”. Unos matices que ellos, por su corta edad, ni siquiera distinguen conscientemente.